Job Ramos
Job Ramos (Olot, 1974). Licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Barcelona y la University of West England de Bristol. Trabaja en el ámbito de la instalación, el vídeo, el sonido y la performance.
Ha presentado exposiciones individuales en la Sala Montcada y Metrònom (Barcelona), Fundació Espais, Bòlit, Centre d’Art Contemporani y Casa de Cultura (Girona), Sala H (Vic), Espacio Abisal (Bilbao), Espai Zer01 (Olot) y Yeans project room (Goteborg), entre otras.
Asimismo ha participado en diversas exposiciones colectivas, como About Art Related Activities, AARA (Bangkok), la Capella y Centre d’Art Santa Mónica (Barcelona), CA2M e INJUVE (Madrid), The Hole, Mindpirates (Berlín), Matucana 100 (Santiago de Chile), Centro de la Imagen (México), Universidad de Cornell (Nueva York), Museo de Arte de Turku (Finlandia), Konstall “C” (Hökarängen, Estocolmo). También ha presentado proyectos en certámenes como Sónar, OVNI y Arco Electrónico.
Programa en colaboración con el Festival LOOP.
La presente edición del festival LOOP centra sus líneas temáticas en el tratamiento de la relación entre el arte y el cine. En este marco se propone que el festival seleccione dos obras para mostrar en el Pantalla CCCB durante los meses de mayo y junio (coincidiendo con las fechas del LOOP 2016). Para esta colaboración se han seleccionado las obras Inversió d’un pla, de Job Ramos, que se podrá ver en mayo, y Louis Garrel, de Irene Solà, en junio. Estas obras nos permiten hablar de la mirada sobre la cotidianeidad a través de la cámara. La presencia del cine actúa como una fuerza que condiciona la percepción de lo que rodea al artista, y la obra se convierte en su reflejo.
Las imágenes de Inversió d’un pla son el resultado de una serie de pruebas con la cámara. En un gesto habitual, Ramos grabó aquello que conoce, sus espacios, el paisaje de la Garrotxa que ve desde casa y a algunos familiares, para familiarizarse con el funcionamiento del aparato. El montaje de las imágenes y la música que las acompaña crean un claro paralelismo con los primeros minutos de la película Aguirre, la cólera de Dios (1972), del cineasta y documentalista alemán Werner Herzog.
No sé si la primera vez que Herzog grabó con una cámara de vídeo lo hizo en casa. Lo que sí sé es que una de sus películas más famosas, Aguirre, la cólera de Dios, fue uno de sus primeros largometrajes y que lo rodó en la selva amazónica con la ayuda de un amplio equipo humano. Entre los integrantes de esta gran producción había un técnico de cámara llamado Francisco Joan, como indican los créditos de la película. Cuando leyó este nombre, Ramos se acordó de Paco, un hombre de su pueblo que alguna vez le había contado que había trabajado como cámara en producciones de “no sé qué director” en “ahora no recuerdo en qué parte del mundo”. Tras hacer algunas llamadas Ramos confirmó que Paco y Francisco Joan eran la misma persona.
El film del director alemán está protagonizado por unos conquistadores españoles que navegan precariamente por el Amazonas para encontrar El Dorado, ese reino legendario, inhallable, siempre huidizo, creado por el europeo que acaba de llegar del otro lado del Atlántico. Ese hombre al que Mary Louise Pratt llamará “seeing-man”, y que, sometido al discurso europeo del paisaje, mira el exterior que lo rodea, lo juzga y lo posee. Tuvieron que pasar siglos y varios genocidios antes de que alguien le hiciera saber a Occidente que su literatura de viajes no presenta un retrato fiel de la realidad el otro porque precisamente en la descripción del extraño está la definición del que habla. Así, la existencia del Dorado en el imaginario colectivo, gracias a las representaciones literarias, visuales o cinematográficas que se han hecho de él, es especialmente significativa si la entendemos como un fantasma que acarrea los sueños y las mayores riquezas que el hombre ha sido capaz de imaginar y perseguir cuando halla una página escrita en una lengua que no entiende, y, tras borrar los caracteres, lo bautiza como “el Nuevo Mundo”. No sé si alguien llegó a ese El Dorado, pero Herzog solo se atrevió a representarlo mediante deícticos y los crímenes que allí cometieron sus personajes. Quizá lo hizo de este modo por su costumbre de llevar a cabo de verdad, sin trampas, aquello que filma –como el barco de Fitzcarraldo (1982) transportado por la montaña; como el día que el cineasta se comió su zapato o como el hambre que hizo pasar a los actores de Aguirre, la cólera de Dios. O quizá porque cualquier representación de un lugar mítico habría causado una gran decepción al espectador.
Pero volvamos a la Garrotxa, cuyo paisaje poco se parece al de la selva amazónica de los hombres de Herzog. Ramos se puso en contacto con Francisco Joan no sé con qué intenciones ni expectativas. Seguramente sea lo suficientemente relevante el hecho de acercarse y conocer a alguien que ha trabajado como técnico de cámara en producciones cinematográficas cuando se está aprendiendo a manejar una cámara, y más si este ha rodado para Herzog, de quien, al igual que de El Dorado, se ha escrito mucha literatura que lo está convirtiendo en un mito. De todas maneras, la relación no fue más allá de algún encuentro esporádico, y Francisco Joan, como en el largometraje de Herzog, solo aparece en Inversió d’un pla por su nombre escrito: palabras que señalan un punto situado fuera de campo. En la pantalla: la naturaleza, como todo lo que está fuera de la mente de quien observa tras la cámara. Una mente que mira desde el filtro de todo lo aprendido anteriormente, que condiciona la mirada sobre las cosas y les impone una lógica. Inversió d’un pla de Ramos no solo traslada la mirada de Herzog sobre el paisaje exótico a un contexto cercano, sino que, al reproducir esta perspectiva sobre la naturaleza que contempla cada día, produce un extrañamiento de las formas, de los espacios y de la gente que la acompaña. Mira el entorno desde otro punto de vista y le da un nuevo significado para el vídeo. De esta manera convierte una naturaleza en otra sin necesidad –como tampoco lo habría querido Herzog- de actores ni de escenografías de cartón piedra.
Anna Dot (artista y crítica de arte)