Laura F. Gibellini
“Es difícil registrar las gotas de agua del mar, las volutas últimas de las nubes, el aire con el que se forman las piedras; es difícil cuantificar la espuma de la sutileza; es muy difícil ser Laura F. Gibellini.
Es fascinante mirar a Laura F. Gibellini. La artista es ese pequeño animal hermoso, salvaje y pacífico que encontramos en un lugar remoto, entregado a unos exóticos quehaceres, que desconocemos y que nos cuesta entender, pero que adivinamos cotidianos y necesarios.
Laura trabaja tranquila y con minuciosidad. No inventa, no interpreta, no manipula. La artista descubre y revela, transita mundos paralelos y objetivos que se despliegan en capas subyacentes a la realidad compartida que percibe nuestra mirada. En su obra todo es pertinente, irrenunciable, necesario y casi imperceptible. Todo el Japón del período Edo está en ella: en el orden y el método con que realiza su obra; en las capas sucesivas, las transparencias; en ese pulir, limpiar, encontrar y descubrir; en el cuidado con el que dibuja, recorta, desnuda o añade cada trazo.
Laura F. Gibellini nos puede regalar el perfil de todo un continente en una fina línea dorada, unas nubes preñadas de tormenta en un pequeño papel pautado junto a cúmulos de rocas dúctiles que responden a las medidas del cielo. Laura supo introducir, solo con tiza, las olas del océano en el palacio del marqués de Pombal.
Capas, capas, capas de realidad objetiva, horas de pensamiento científico, de pensamiento artístico, de pericia técnica y de meticulosa humildad procesual. Las intuiciones y percepciones de Laura F. Gibellini son grietas que nos conducen al corazón del universo. Su obra es trascendente.”
Marta Moriarty, diciembre 2015
Laura F. Gibellini es artista plástico, doctora en Bellas Artes y profesora de Teoría Crítica en la School of Visual Arts (Nueva York). Gibellini se ocupa de la noción de lugar y de lo que supone habitar el mundo. Recientemente cuestiones como la impermanencia, la invisibilidad o la dificultad para representar la naturaleza fluida del entorno han pasado a primer plano tanto en su práctica artística como teórica.
Entre los proyectos más recientes de esta artista se encuentran la instalación de arte público DOM (Variations), situada de modo permanente en el metro de la ciudad de Nueva York; Notes on a Working Space en El Museo de Los Sures, Nueva York; el proyecto de Slowtrack Antes del océano en Carpe Diem Arte e Pesquisa de Lisboa y la muestra individual De Rerum Natura en Slowtrack, Madrid.
Attitude I. Water, de Laura F. Gibellini
Zygmunt Bauman se sirvió en su libro Modernidad líquida (y posteriores) del término “líquido“ para referirse a una contemporaneidad flotante, sin certezas fijas, sin estructuras estables. Según el sociólogo, política, sociedad, arte, e incluso intimidad, se han visto inmersos en un proceso de licuación y de incertidumbre creciente. Puede parecer un escenario triste, pero todo lo contrario: en un contexto en el que las barreras se vuelven porosas, los límites fijos se desvanecen y la solidez de las verdades absolutas se resquebraja, cobra sentido un nuevo horizonte de múltiples y vaporosas posibilidades.
Laura F. Gibellini encuentra en el medio acuoso un hábitat portador de potencias, de posibilidades ilimitadas, tanto a nivel conceptual como metodológico. La artista ítalo-española presenta para Pantalla CCCB, un mes, un artista, un conjunto de vídeos que tratan de registrar el agua en un momento e instante determinados; capturas fragmentadas y puntuales de un medio cambiante, que como tal, resulta inasible en su totalidad. Sin embargo, el destino de una ola en el océano no es menor por pausada que esta sea. Y el agua de esa ola se desvanece en ese instante y se reproduce en otro océano, en otro río, en otro mar. Esa condición fluida del agua y su imperceptible tránsito es lo que fecunda la serie Attitude I. Water.
De este modo, teoría, intuición y práctica se concentran en un solo objetivo en el trabajo más reciente de Laura F. Gibellini: la reproducción de lo irrepresentable, o más concretamente, la investigación sobre cómo pensar aquello que, por no ser representable en una imagen o imágenes estables, puede resultar (im)pensable. Sirviéndose del agua como contenido y herramienta, su aproximación a este elemento es, a priori, furtiva, capturando su esencia desde la distancia, casi a modo de observadora. Laura F. Gibellini no aparece en ninguno de sus vídeos (como haría Ana Mendieta); el agua no es excusa, es motivo. Tampoco somete el agua a ninguna manipulación ni captura física para convertirla en objeto escultórico, como hicieron en otras ocasiones artistas como Hans Haacke (Rhinewater Purification Plant, Condensation Cube) o Bill Viola en buena parte de su obra.
Gibellini observa analíticamente para mostrar lo que todavía considera “anotaciones”, apuntes para una conclusión final que no tiene por qué llegar. Mediante un estudio transversal llevado a cabo en distintos puntos del mundo (Brooklyn, Nueva York y la Toscana), la artista captura el agua “libre” en múltiples rincones de su hidrografía. La toma es parcial y fragmentada, como el hielo derritiéndose en el East River, al compás de un océano que pelea bajo la capa del río congelado y que solo podemos imaginar, aunque sepamos que está.
Los nueve vídeos, todos de 2 minutos y 32 segundos, son tomas directas de imagen y audio. La edición es prácticamente nula, limitándose a reducir su duración. En estos casos, el espectador percibe cierta retracción temporal en su retina, pero la sutileza poética de lo grabado impide que sea consciente de esta manipulación. Attitude I. Water es una “colección” de apuntes, estudios sobre la representación: hay líneas, puntos y en algunos casos, color –aunque en el único video grabado en color (Mediterráneo 5. 03.09.14-07.05.15), no lo trata de un modo naturalista. En el caso de East River 2 (With Color). 16.03.2015-07.04.2015 y East River 3 (With Color). 05.03.2015-07.04.2015 aparecen, brevemente, unos apuntes de color (en forma de barras, casi como si fuera una carta de ajuste, y de puntos o salpicaduras). Las capas de volúmenes, de corrientes internas y superficiales, de zoom in y zoom out, contribuyen a crear un movimiento orgánico que nos interpela desde nuestro propio cuerpo y biorritmo.
Estos estudios de la superficie del agua que la artista realizó durante su período de residencia en El Museo de los Sures (Nueva York), en 2015, son la base de su investigación pictórica actual: los colores que nacen de ellos conforman un Pantone básico propio, y suponen una introducción deliberada del color en su trabajo. Además, las geometrías que obtiene de los propios elementos naturales que registra y de los que “toma notas” (como las líneas rectas -diagonales por efecto del viento- en las que se convierte la nieve cuando cae sobre el agua) le sirven en sus dibujos e investigaciones presentes.
Finalmente, en la serie hay también una consideración del tiempo, un tiempo aparentemente desordenado, turbulento y que puede transcurrir paralelamente. Como apunta el filósofo Michael Serres, es precisamente la confusión entre el tiempo y la “medición del tiempo” -que supone su lectura métrica lineal-, lo que genera la idea de un tiempo que pasa y que fluye en un sentido único. Si obviamos esta concepción lineal, dos hechos aparentemente distantes en el tiempo pueden convivir y participar el uno del otro. Y resulta igualmente posible imaginar que una ola que se genera en el East River de Nueva York haya sido impulsada por otra del océano Atlántico.
En su conjunto, los vídeos crean un espacio de serenidad, que solo modifica la irrupción de la atmósfera sonora que acompaña las imágenes. Así, refuerza en algunos casos la confusión y el desvanecimiento que apunta visualmente el juego de grises sobre el fondo del mar. En otros, indica una intensa actividad física: acaso una ola rompiendo en las rocas que vimos. Lo que percibimos es un fragmento que se ha visto alterado paulatinamente por la cada vez más intensa espuma del rompiente y que vuelve a una calma ajena a su entorno, delicadamente encuadrada en el espacio de una ola.
En otras ocasiones, los destellos de luz que escapan y superan la intensidad del blanco y negro, brillan sobre el agua, transformada por la poderosa actuación del elemento cielo (y aire), que nos lleva de nuevo hacia un detalle que hace hervir el agua en su rompiente final y que habla de lo que existe, aunque no lo percibamos. En el Mediterráneo, las olas adoptan un vaivén irreal, al ritmo de una gravedad anulada, sinuosa agua salinizada, casi aceitosa, que se contornea al ritmo de una danza contemporánea, poesía física que sigue a un coreógrafo secreto: el viento como director escénico invitado.
Marina Vives, crítica y comisaria.