Jordi Díaz Fernández
Jordi Díaz Fernández. DNI 47684440N. Sexo: varón. Nací el 28 de octubre de 1979 en Nigrán, provincia de Pontevedra. Hijo de José y Mª Paz. Profesión: mozo de almacén. Avecinado en Tarragona, provincia de Tarragona.
(Nunca leo lo que un “artista” tiene que contarme de él o de su obra. Así que, llegados a este punto, me parecería perfecto que dejaras de leer.)
De pequeño dibujaba. Pero eso no era “una profesión”, así que estudié cinco años para ser administrativo. Nunca he trabajado en ello.
Llegué a Tarragona con diecinueve años por las ganas de salir del pueblo y con la excusa de vivir con mi hermana mayor. Aquí trabajo en un almacén de alimentación y estudio fotografía “artística”, aunque nunca obtengo las calificaciones necesarias para recibir el título que me acredite como artista (o fotógrafo, no sé).
Un día descubrí la obra de Antoine d’Agata, que me impresionó profundamente. Recibí una beca para realizar con él un taller de una semana, en Madrid. Entonces no me di cuenta, pero algo cuajó y sigue dando vueltas en mi cabeza. Creo que en este ámbito los títulos académicos no sirven para mucho, pero determinados encuentros con las personas adecuadas en ciertos momentos de tu vida te ayudan a entender el porqué de algunas cosas. Los fotógrafos Matías Costa, Antonin Kratochvil, Jordi Bernadó o el cineasta Andrés Duque han sido para mí estas personas.
En Las Babas del diablo, breve relato de apenas una docena de páginas, el escritor Julio Cortázar propone una perspicaz reflexión acerca de los paralelismos entre literatura y fotografía, entre las narraciones determinadas por un texto y aquellas que se han construido mediante imágenes. En dicho relato, Roberto Michel, traductor y fotógrafo (profesiones estas en absoluto elegidas al azar), presencia una inquietante escena en la solitaria plaza de una isla. Incapaz de contener sus ansias fotográficas, Roberto Michel aprieta el disparador para intentar capturar el impacto que le produce esa imagen. Pero antes de realizar la fotografía, el protagonista de la narración plantea un amplio abanico de posibilidades argumentales en torno a todo aquello que está sucediendo a tan solo cinco metros de él. Mil palabras son incapaces de definir una imagen, porque esta permanece libre, abierta a infinitas interpretaciones, por mucho que el contexto la pretenda acotar.
Las obras de Jordi Díaz Fernández dan al espectador esa misma posibilidad. Los atisbos narrativos que aparecen como un espejismo nos ubican en un paisaje protagonizado por eventuales destellos de luz que impiden con persistencia la oscuridad absoluta (A, E, Llar de foc). Un paisaje habitado por humanos incapaces de desligarse de su propia condición e incapaces también de dejar de lado el sexo (C), las fobias (Tohphobia), la Historia (Prelinger) o la muerte. Incapaces de dejar de observar al otro (Piscina), eligiendo meticulosamente cada uno de los encuadres, ya que estos permanecerán largo tiempo en el registro de la memoria.
Decía Cartier–Bresson que “el fotógrafo no puede ser un espectador pasivo”, que “no puede ser realmente lúcido si no está implicado en el acontecimiento”. Es por tanto esta obligación (moral, si así lo queremos) de implicarse en los acontecimientos la que condiciona la mirada y liga inevitablemente la fotografía (o el vídeo, en este caso) a esa doble y contradictoria condición de elemento ficcional y autobiográfico al mismo tiempo.
La cámara de Díaz Fernández selecciona momentos puntuales de luz irrumpiendo en las tinieblas y se los da al espectador para que él mismo cree la historia. Una historia que muestra paisajes desiertos y anocheceres nublados (B), dejando patente una pertinacia obsesiva por las nubes (como la que también había en el relato de Cortázar). Reafirmando la condición espectral de la fotografía, que ratifica a su vez la inevitabilidad de la muerte al convertirse en imagen en movimiento. Observando a los seres humanos debajo del agua, a través de esa pátina tan especial que transforma y distorsiona, que permite simultáneamente y, de modo inexplicable, un sincero y visceral acercamiento que de otro modo no sería posible (D, Piscina). Un acercamiento que, al fin y al cabo, no pretende más que encontrar esos destellos de belleza de los que constantemente habla Jonas Mekas. Esos destellos de belleza que no queremos que desaparezcan porque, probablemente, son lo único que en realidad tenemos.
Marla Jacarilla (artista visual y escritora)